A todos nos ha pasado alguna vez. Estás en una reunión, en un almuerzo familiar o en un chat de grupo, y alguien suelta un comentario que te deja raro. No fue un insulto directo, nadie levantó la voz, ni siquiera podes decir con claridad qué fue lo que te hizo ruido. Pero algo ahí te picó. Y quedas con esa sensación incómoda de haber sido desvalorizado… sin tener cómo defenderte. Eso es una microagresión psicológica.

Las microagresiones son pequeñas ofensas disfrazadas de amabilidad, bromas o incluso cumplidos. No dicen “sos un inútil”, pero sí cosas como “¡Qué bien te conservas para tu edad!”, “No pareces gay” o “¡Qué bien hablas para ser extranjera!”. La forma no parece violenta, pero el fondo está cargado de prejuicio. Y lo peor: muchas veces ni siquiera quien lo dice se da cuenta.
El disfraz de la buena onda.
A diferencia de las agresiones abiertas, las microagresiones no son tan fáciles de identificar. Son más escurridizas. Se camuflan en frases condescendientes, gestos sutiles, silencios incómodos o miradas cargadas de juicio. Un “chiste” que nadie pidió. Un comentario que parece inocente pero que viene con un mensaje implícito: “no perteneces del todo”, “te estamos tolerando”, “sos diferente y lo notamos”.
También existen las microagresiones no verbales. Esas que no dicen nada con palabras, pero lo dicen todo con el cuerpo. Cambiarse de asiento cuando entra alguien “raro”, mirar con desaprobación, revolear los ojos, reírse con sorna de lo que alguien dijo y después justificarlo con un “¿qué? Si no dije nada”. Claro, no lo dijiste, pero tu cara habló por vos.

Lo más sutil: lo más dañino.
Una de las trampas más grandes de las microagresiones es que muchas veces son inconscientes. No hay mala intención, y sin embargo, el daño existe. Y es real. Porque la intención no borra el impacto.
La psicología lleva años estudiando este fenómeno, y los resultados son contundentes: vivir expuesto a microagresiones de forma continua afecta el bienestar emocional. Daña la autoestima, aumenta los niveles de estrés, genera ansiedad social, e incluso síntomas similares a los de una agresión directa. Pero con un agregado: al no ser evidentes, muchas veces uno termina dudando de sí mismo. “¿Será que estoy exagerando?” “¿Será que soy muy sensible?” “¿Estoy loco por sentirme mal por esto?”
Spoiler: no. No estás loco. Ni exagerando. Las microagresiones psicológicas existen, y son una forma real de violencia emocional cotidiana. Una violencia que muchas veces hay que fingir que no dolió. Porque si te quejas, te miran raro. Porque si reaccionas, sos el exagerado. Y entonces empezas a callarte, a adaptarte, a tragarte el malestar para no “hacer lío”. Pero todo eso se acumula.
El efecto goteo.
Imagina una gota cayendo en tu cabeza. Una sola, no pasa nada. Dos, tampoco. Pero si es constante, tarde o temprano te quiebra. Las microagresiones funcionan igual. Son gotas que parecen inofensivas, pero con el tiempo minan la seguridad, el entusiasmo, la autoestima. Y lo hacen de una forma tan silenciosa, que cuesta identificar qué fue lo que te apagó. Por eso, es tan importante ponerles nombre.
Es tan sutil, que con el pasar del tiempo es posible que acumules tanto malestar, que acabe siendo una pequeña gota la que rebalse el vaso.

¿Y si las estás haciendo sin darte cuenta?.
No te sientas atacado. Todos, en algún momento, hemos dicho o hecho algo que fue microagresivo. Porque crecimos en culturas llenas de estereotipos, de chistes sexistas, racistas, homofóbicos o clasistas que se repiten como si fueran inocentes. Porque nos enseñaron a reírnos del otro como forma de pertenecer. Porque no nos enseñaron a detectar lo sutil.
Lo importante no es vivir con culpa, sino con conciencia. Escuchar cuando alguien te dice: “che, eso que dijiste me hizo mal”. Revisarte. Preguntarte: ¿por qué me parece gracioso esto? ¿Qué hay detrás de lo que acabo de decir? Y si entendés que hiciste daño, aunque no haya sido tu intención, pedir perdón no cuesta tanto. De hecho, sana.
¿Qué podes hacer si te sentís microagredido?.
Primero, creer en tu percepción. Si algo te incomodó, aunque no haya sido “tan grave”, eso ya es suficiente para prestarle atención. Después, si te sentís con ánimo, podés marcar el límite con frases simples como: “eso no me causó gracia” o “preferiría que no digas eso”.
A veces no se puede o no se quiere confrontar, y también está bien. No hay una sola forma de defenderse. Pero sí es importante procesarlo, hablarlo con alguien, validarlo. Porque no estás loco, ni solo, ni exagerando.
Y si lo ves desde afuera, si sos testigo de que alguien está siendo microagredido, podes hacer algo. A veces, una mirada de apoyo o una palabra después puede marcar la diferencia. Todos necesitamos saber que hay alguien que ve lo que nos duele, aunque sea invisible para los demás.
Una violencia que no grita.
Las microagresiones psicológicas son una forma de violencia silenciosa, pero persistente. No buscan escándalo ni enfrentamiento, pero te corren del lugar, te dejan afuera, te hacen sentir menos. Lo hacen con una sonrisa o con una broma. Con “buena onda”. Por eso cuesta tanto detectarlas, y por eso es clave empezar a hablar de esto sin miedo.
En Dr. Psico Tico ya exploramos fenómenos similares como el gaslighting, una forma de manipulación que te hace dudar de vos mismo, o el sincericidio, esa supuesta “honestidad brutal” que en realidad es una excusa para ser cruel.
Todas estas prácticas tienen algo en común: son formas de maltrato psicológico encubierto. Y su primer antídoto es la conciencia.

Te leo.
¿Alguna vez sentiste que alguien te hacía sentir mal sin decirlo directamente? ¿Te pasó de quedar confundido después de un “cumplido”? ¿Te hicieron creer que eras exagerado o sensible por algo que te dolió?