“Yo soy así, digo las cosas de frente”
“Si te molesta, problema tuyo. A mí me gusta ser directo.”
“Prefiero incomodar con la verdad que agradar con mentiras.”
“Yo no me callo nada”.
Seguro escuchaste frases como estas. Quizás incluso las dijiste alguna vez. En la era de la “autenticidad sin filtros”, parecería que ser brutalmente honesto es una virtud indiscutible. Pero… ¿y si esa supuesta frontalidad no fuera más que mala educación disfrazada de valentía?

¿Qué entendemos por frontalidad?
En términos simples, la frontalidad se refiere a comunicar lo que uno piensa de forma directa, sin rodeos ni adornos. En muchos contextos, esta cualidad puede ser valiosa: permite resolver conflictos, evitar malentendidos y fomentar relaciones auténticas.
Ser franco puede ser liberador y útil, siempre que esté guiado por el respeto. Pero hay una línea delgada entre ser claro… y ser cruel.
Y ahí es donde entra en juego un fenómeno cada vez más frecuente, aunque poco nombrado: el sincericidio.
¿Qué es el sincericidio?
El sincericidio es esa “honestidad” tan cruda, inoportuna o desconsiderada que termina haciendo más daño que bien. No es sinceridad constructiva, sino una descarga emocional sin filtro, sin tener en cuenta cómo puede impactar al otro.
Un ejemplo simple: no es lo mismo decirle a alguien “tengo una observación sobre tu trabajo” que soltarle “esto es un desastre, no sé cómo te contrataron”.
Ambos comunican algo real, pero solo uno cuida la forma. El otro busca herir, aunque se escude en la excusa de ser “frontal”.

El problema no es la verdad: es cómo la decís
La psicología de la comunicación nos recuerda que no solo importa el contenido, sino también el contexto, el tono y la intención. La forma en que decimos las cosas puede marcar la diferencia entre un comentario que construye y uno que humilla.
El sincericidio suele disfrazarse de frontalidad, pero sus motivaciones suelen ser otras:
- Descargar frustración.
- Sentir superioridad.
- Marcar territorio.
- O simplemente desahogarse, sin filtro ni cuidado.
Frontalidad mal entendida: ¿dónde queda la empatía?
Detrás de muchos “yo soy directo”, lo que hay es una negación de la empatía. Se prioriza la expresión propia por encima del cuidado del otro. Como si decir “la verdad” fuera más importante que cómo la recibe quien la escucha.
Y esto tiene efectos concretos. Las personas que están expuestas continuamente a esta supuesta “frontalidad” pueden experimentar:
- Baja autoestima.
- Ansiedad social.
- Miedo a expresarse por temor a ser humilladas.
- Sensación de que su sensibilidad es un defecto.
Y no, no se trata de que “la gente ahora se ofende por todo”. Se trata de que la violencia verbal, aunque sea elegante o disfrazada de sinceridad, sigue siendo violencia.

Frontalidad no es falta de filtro
Ser directo no implica ser hiriente. Se puede —y se debe— decir la verdad con respeto, cuidando las formas, el momento y sobre todo la intención. Eso no es hipocresía: es inteligencia emocional.
De hecho, la verdadera frontalidad madura no busca imponerse ni hacer sentir mal al otro. Busca expresar con claridad, sin herir. Es la que:
- Se hace cargo del impacto de lo que dice.
- No usa el “soy así” como excusa para ser hiriente.
- Elige bien sus palabras sin dejar de ser auténtica.
- Entiende que la sinceridad sin empatía se vuelve agresión.
¿Y entonces? ¿Hay que mentir?
No. Ser falso tampoco es la solución. Pero antes de lanzar una opinión como si fuera una bomba emocional, conviene preguntarse:
- ¿Es necesario decir esto ahora?
- ¿Estoy ayudando o solo descargándome?
- ¿Lo estoy diciendo como me gustaría que me lo digan a mí?
Estas preguntas simples son filtros que nos ayudan a distinguir entre la sinceridad valiente y el sincericidio emocional.

La cultura del “yo digo lo que pienso”
Vivimos en una sociedad que premia al que habla fuerte, rápido y sin filtros. En redes sociales se aplaude al “polémico” que “dice lo que nadie se atreve a decir”. Pero muchas veces, lo que se dice no es valiente ni necesario: es una forma más de violencia disfrazada de autenticidad.
En lugar de promover la frontalidad sin responsabilidad, podríamos empezar a valorar más la asertividad: esa habilidad de expresar lo que sentimos sin dañar al otro, desde el respeto y la claridad. (Te puede interesar este artículo: Asertividad: el arte de decir lo que pensás sin agredir).
¿Y si sos víctima del sincericidio ajeno?
Si alguien usa su “frontalidad” para herirte o menospreciarte, recordá esto: no estás siendo débil por incomodarte. Tenés derecho a poner límites.
Podés responder con frases como:
- “Entiendo que querés ser sincero, pero la forma en que lo dijiste me hirió.”
- “Podés decirme lo que pensás sin necesidad de atacarme.”
- “No es lo que dijiste, es cómo lo dijiste. Y eso importa.”

Conclusión
En un mundo saturado de opiniones, lo verdaderamente valiente no es hablar sin filtro. Lo valiente es pensar antes de hablar. Es tener en cuenta cómo puede sentirse el otro. Es entender que la frontalidad sin empatía es solo arrogancia con micrófono.
Ser frontal está bien, si viene con conciencia. Pero si cada vez que hablás alguien sale herido, tal vez no seas tan directo como creés… tal vez seas un sincericida.